viernes, 26 de julio de 2013

CERO ENTRE UNOS - CAPÍTULO 002: ODIA LAS CUCARACHAS

 
 
El taller era amplio, pero estaba repleto de cosas. Estaba desordenado pero de alguna manera ese caos seguía una lógica extraña, de una constante curiosidad no resuelta.
 
El que era en esos momentos el último de los hombres conocía perfectamente cada recodo del taller. Se pasaba los días enteros observando impasible todos sus detalles. Aquella maldita máquina le había arrancado los párpados por lo que no tenía otra opción que entretenerse en cada milímetro de chatarra, en cada parte troceada de algún otro, en cada una de las cucarachas que correteaban por la estancia.
 
Las negras hijas de puta estaban criando en sus intestinos. Las notaba acomodarse placidamente en sus entrañas, roer ligera pero constantemente su carne.
La maldita máquina se había llevado todo su cuerpo de cintura para abajo pero de alguna forma había preservado su vida. Con tubos y más chatarra, cachivaches que violaban lo inviolable y aquella pasta preservadora. Se la había extendido por la piel y por dentro. No se infectaba pese a tener todo al aire. No sangraba, no necesitaba comer.
 
La pasta mitigaba el dolor pero no lo eliminaba. Siempre se encontraba al borde del desmayo. Cada vez que la máquina cortaba un pedazo vivía un infierno, pero la maldita pasta de taxidermista le impedía morir.
 
No podía concentrarse para recordar el pasado. Psicólogo de temprana pero exitosa carrera. Con la primera pierna había intentado razonar con la máquina.
 
-         ¡Háblame por favor! – le había espetado - ¿Por qué me haces esto? Anula tu operativa. Soy un hombre, te lo ordeno. Sigue las directivas.
 
Pero la máquina serraba y callaba.
 
De apariencia humanoide, era un revoltijo deforme y oscuro de circuitos. El rey de las malditas cucarachas pero de metal. Dos bombillitas rojas como ojos en una niebla de oxido.
 
 
Todos los días cortaba un poco, lo diseccionaba, lo estudiaba. De vez en cuando, “por navidad”, le volvía a reinsertar lo cortado, colocando mal lo sustraído. Aplicaba un poco de pasta y se paraba a esperar la reacción en el hombre. Reacción que no llegaba. La máquina, que entonces parecía decepcionada, arrancaba el objeto de su experimento y el hombre podía despedirse. Adiós pierna, adiós oreja, adiós costilla…
 
Con la segunda pierna Freud no lo habría hecho mejor.
 
-         ¡Maldito hijo de puta! ¡Máquina desgraciada! – se desgarró la garganta en un bramido de dolor- ¡Para por Dios! ¡Para! ¡Me estás matando cabrón!
 
Para el hombre aquella máquina era “él”, aplicando género a la crueldad.
 
-         ¡Mírame cabrón!
 
¿Por qué no había pedido auxilio? Ahora lo recordaba. Sabía que nadie iría a socorrerle. Todos estaban muertos.
 
Sí, el también lo había estado. Tenía medio recuerdo de su mujer enferma en la cama y el tropezando con el plato de sopa en medio del pasillo. Sin fuerzas para levantarse, muerto entre fideos y porcelana.
 
Y luego suplicando por sus órganos. Paralizado y preservado. Era la cabeza de ciervo en el salón de las cucarachas.
 
La máquina taxidermista iba y venía. Traía más chismes, traía trozos de otras personas. Le cosía partes de otros hombres, de mujeres, de animales. Soltaba un sonido de desaprobación con cada fracaso, con cada parte flácida que no cuadraba.
 
-         ¡Retrasado! ¡Cómo demonios crees que voy a mover un brazo que no es el mío!
 
Pero la máquina no respondía. El hombre se dio cuenta de que era porque no podía el día que le abrió la garganta para estudiar sus cuerdas vocales. El taxidermista parecía emocionado con ese nuevo descubrimiento.
 
Para variar aquella vez no extirpó nada, como adivinando que acallaría para siempre la voz del hombre. Por el contrario, la máquina salio a recolectar los pliegues de otros.
 
 
Entonces la máquina experimentó en si mismo. Introducía trozos de laringe en su cuello. Hacía inexpertos ajustes e intentaba simples gorgoteos.
 
-¡Intentas hablar! ¿Eh, cabrón? Tienes la necesidad de hablar como nosotros los hombres. –todo profesional que se precie debe saber reconocer una obsesión, aún en las peores condiciones - ¿Quieres ser humano, gilipollas?  
 
El hombre se hubiera puesto a reír ante lo irónico de aquella situación. Sin embargo empezó a llorar desconsoladamente. Porque comprendió que aquella máquina nunca entendería una palabra. Por alguna razón aquel compuesto de circuitos se había olvidado de todas las directivas que protegían la integridad humana de cualquier daño.
 
El último psicólogo no podía imaginarse que aquella máquina era un robot de segunda generación. Máquinas que construyen máquinas para funciones secundarias. No tenía directivas de ese tipo.
 
La gran pena llamó la atención del taxidermista. Con gran rapidez unas manos de metal oxidado se aferraron a la cabeza del hombre. Un temblor recorre a la máquina, debatiéndose entre extraer aquellas preciosas y húmedas esferas o dejarlas derramar indefinidamente.
 
Los párpados sin embargo parecen no tener utilidad.
 
-         ¡Mierda!
 
Vuelta al presente. El taxidermista lleva días sin aparecer. En todo ese tiempo la pasta resiste. El hombre vive milagrosamente, entre un dolor a dos pasos del umbral y las cucarachas que colocan sus huevos en lo poco que queda de su intestino grueso.
 
El hombre ha intentado suicidarse en no contadas ocasiones. Pero está paralizado y yace colgado en el medio del taller. Su único consuelo es esperar que el taxidermista corte por fin un poco del cerebro. Que lo desconecte. Pero el muy mamón parece saber que partes son vitales para mantenerle despierto. Como si desease un espectador de su obra. Salvo que el espectador es el actor de la propia performance.
 
-         ¡Ah, ya has vuelto! ¿Qué llevas ahí? Menuda colección traes. Por mucho que te pongas cabezas de niños muertos no vas a ser más humano.
 
 
La máquina se para. Descuelga lo que queda del hombre y se lo pone a la espalda.
Ha tenido un instante de comprensión. Mira al hombre, escucha su diatriba de humano. Recuerda los momentos precedentes. De un robot que hablaba como él.
 
Aquella máquina en la casa del cráneo. Ese robot que le ayudará a que el hombre le entienda. Ha hecho todo lo posible para parecerse a los humanos. Adaptar su fisonomía a la suya, luego estudiar al hombre. Todo para hacerse entender.
 
Para poder transmitir el mensaje…
 



jueves, 30 de mayo de 2013

LA PURA VERDAD (Y, EN PARTE, MENTIRA).

La Orgía de la Victoria en el Clan IlAuster Kra. Yo aún soy muy joven para participar en ella, se me ha prohibido la entrada.

 

Me escondo detrás del Trono que nuestro Líder dejó vacío. Tengo que ver a mi Diosa.

 

Elhena, la Gran Guerrera. Tocarse frente a ella se considera un privilegio. Es la primera que elige a sus amantes en la Orgía. Fue la guerrera más joven de nuestro clan en matar 100 enemigos. La pieza clave en la última batalla. Dicen que ya habríamos perdido la Guerra de no ser por ella.

 

Una fuerte mano me aferra y me saca de mi escondite. Es Ursa Kra, la Madre Guerrera. Todavía mantiene su belleza pese a sus años. ¿Qué tiene? ¿Treinta ciclos? Podría amamantar a medio clan con sus maravillosos pechos. Está compartiendo amor con el Gordo Fanjo, que no cree su buena suerte.

 

-         ¡Ya estás otra vez espiando! ¡Eh, Pequeño Puñal! ¿Ves algo que te guste? – se ríe mientras cambia de postura. Fanjo apenas puede seguir el ritmo de esa magnifica hembra. - ¡Como me recuerdas a tu padre! En la cama era aún más fiero que en la batalla. ¡Cómo me hacia sudar el mal parido! ¡Qué los Dioses gocen de su espada en los Paraísos Eternos!

 

Un grito unánime de aprobación resuena entre los gemidos. Mi padre fue Gran Guerrero antes de morir. Ursa sigue resentida con él, donde quiera que esté, porque renunció a su derecho de carne por mi madre, monógama convencida.

 

 

***

 

La brisa fresca de la noche limpiará los cálidos olores de la velada. La calma se apodera de los cansados. Es cuando intento apoderarme de alguna prenda de Elhena, quizás un lazo de su coleta, imaginando que desato su larga y dorada melena.

 

Voy con sigilo, como un ratoncillo en busca de su queso. Las puertas del Gran Salón se abren de golpe y fracaso. Dos personas muy alarmadas entran en escena.

 

Mi madre con un monje calvo desconocido. Llevo días sin verla, seguro que andaba en alguna misión de las suyas. Tan secreta que ni ella misma sabe donde se mete. Madre despierta a Ursa con malos modos, no se caen muy bien.

 

-         ¡Déjate de formas Mala Rubia! – mi madre es la única que tiene el valor de faltarle el respeto a Ursa – Debes escondernos a los dos inmediatamente. ¡La Pécora nos pisa los talones!

 

 

La Pécora es la líder de las innumerables tropas del Río Muerto, nuestro enemigo. Fue una guerrera de nuestro clan que debió comérsela de lujo a Tatrorik “El Amenazador”, su antiguo líder, traicionándonos con la vida de nuestro Padre Guerrero, Nuevo Lar Grana Kra, como pago.

 

Eso fue mucho antes de que yo naciera, cuando empezó la Guerra. El nombre de la Pécora fue borrado. Se quedó embaraza de Tatrorik y lo decapitó frente a sus 50.000 guerreros. Nadie tuvo redaños para evitar que ascendiera al mando.

 

Intento abrazar a Madre pero dos centinelas se la llevan rápidamente junto al otro hombre. Debe ser alguien importante, porque no se despierta a la gente después de unas celebraciones por nada.

 

Los guerreros se preparan para recibir a la Pécora en nuestro propio campo. Confiados por nuestra última victoria.

 

 

***

 

 

El Campo Mágico me paraliza todo el cuerpo, ni siquiera puedo pestañear. ¿De donde habrá sacado La Pécora esa energía mística?

 

Va acompañada de un fornido joven, que debe ser su hijo Elevan, aún más siniestro que su madre. Dicen que es un estudioso de las Artes Oscuras, a la vez de una amante de la tortura.

 

Todo el clan está apresado, flotando de una manera indecorosa mientras que nuestros enemigos se mofan en nuestra cara. Veo a mi querida Elhena haciendo esfuerzos por liberarse, es la única que hace temblar el campo de éxtasis. Un infame soldado le ha metido la boca en la entrepierna y ha saboreado sus exquisitos jugos.

¡Maldito perro! ¡Si pudiera moverme te arrancaría los dientes! ¡Te sacaría la pútrida lengua que ha deshonrado a mi amada!

 

 

- Vamos a ver – dice la puta traidora – Me vais a decir donde están…He permitido que vuestro insignificante clan de mierda siga existiendo para mantener ocupadas a mis tropas, quizás por una pequeña nota de nostalgia. ¡Pero se acabó!

 

 

Los soldados empiezan a ponernos en fila frente a ella. El primero es el viejo Gago, el más Sabio. Luego ponen a Ursa, no sin resistencia de la Madre Valerosa.

 

-         El niño. Ponle detrás de la tetona. – me colocan detrás de Ursa sin miramientos. Y a mi Elhena detrás de mí. – Bien, como iba diciendo. Me vais a contar todo lo que sabéis. No voy a permitir la mentira. Pero no os preocupéis, la cabeza de los mentirosos no peligrará. Hoy me voy a salir de mi estilo habitual. Porque hoy tenemos esto…

 

 

Cuatro porteadores traen una caja muy especial. Al abrirla hasta yo sé lo que es. Las leyendas hablan de unas vasijas muy especiales. Las 48 Vasijas de Oro de la Verdad. Dicen que todos los Dioses de la Verdad fueron apresados por una mentira en ellas. Dominados por su rencor obligan a responder las preguntas que se formulan en su presencia y penalizan a todo aquel que mienta. Estamos condenados.

 

-         ¡Vamos viejo! Tú que lo sabes todo y bien que te enorgulleces de saberlo. ¿Dónde se esconden la ramera y el monje? Atrévete a faltar a la verdad.

 

-         No te voy a decir nada que te sirva, eso es una verdad. He vivido muchos años, no necesito más que unos segundos para decirte que Sahara y el monje están muertos. Yo mismo he visto sus cuerpos inertes con estos ojos. Y eso que estoy medio ciego.

 

 

Mala jugada. La caja absorbe su esencia vital desintegrando su cuerpo. Gago termina su vida con un acto valeroso pero inútil. Somos 54 personas en el clan las que hemos visto a mi madre y al otro caballero ser escoltados a los sótanos. Ursa no hablará, ni siquiera yo voy a traicionar a mi madre. No dudo de Elhena, pero habrá alguien (siempre lo hay) lo bastante débil para decir la verdad. ¿Quién podría reprochárselo?

 

Nos matarán en cuanto tenga la información. No hay que dudarlo. Exterminarán al clan de raíz. La guerra terminará hoy. Tengo que pensar en algo que pueda decir sin mentir. Se me da bien pensar, más que luchar. Los mayores me llaman el Pequeño Puñal porque soy más certero que una espada. ¡Piensa imbécil! ¡Piensa!

 

 

-         Turno para la vaca gorda– la Pécora estruja un pecho de Ursa clavando sus largas uñas hasta hacerlo sangrar – Llevas décadas envidiando a la guapa Sahara. Tan beata y tan pura como tu nunca serás. La que te quitó el macho. Hoy se lo puedes hacer pagar con creces. ¿Dónde está esa mema? ¡Contesta zorra!

 

-         ¿Sahara? ¿Te refieres a mi gran amiga? No la he visto desde su unión con el Kra. Bendigo su enlace por toda la Eternidad. ¡Puta!

 

 

Ursa desaparece en un instante. Lloro por la Gran Madre. Me hubiera gustado tener el honor de ser elegido por ella cuando hubiera sido mayor, de que gozara mi carne. Nunca ocurrirá. Ahora me toca a mí mentir. Pero tengo que decir la verdad, para que no le toque a Elhena. La verdad. Verdades cortas…Imprecisas. Para no ofender a los Veraces pero confundir a la maldita mujer. ¡Y salvarla a ella!

 

-         Muchachito guapo. ¿No me vas a decir la verdad? Has visto como esos adultos tontos han muerto. La mentira es algo muy malo y doloroso. ¿Qué viste, cuéntame?

 

-         Vi a un hombre. – Intento hablar despacio. Midiendo mis palabras. Los miembros de mi clan se sienten derrotados. Veo en los ojos de Elhena tristeza, pero no me culpa. Llora porque me considera un niño que sucumbe ante la maldad.

 

-         ¿Un hombre? ¡Bien, muy bien! ¿Qué más, precioso? – la muy zorra se relame. Me trata como a un bebé estúpido. El chico fornido sonríe, cree que han ganado.

 

-         Alguien muy importante… - estoy pensando en mi madre, que es importante para mí. Vuelvo a pensar en el otro.

 

-         Un hombre muy importante. ¡Estupendo! ¿Cómo era ese hombre? ¿Iba con una mujer?

 

-         No había visto a ese hombre hasta entonces. – me concentro en el significado completo de su pregunta. No he conocido al monje hasta que ha llegado esta noche. Por lo tanto no se cómo “era” antes – Iba con una bella mujer

 

No me ha preguntado si conocía a la mujer, solo lo que vi. Es algo muy genérico. Cometo el error de pausarme demasiado. Va a formularme otra pregunta debo actuar. ¡Rápido!

 

-         ¿Dónde se…

-         Es un hombre que no conocía – no le dejo hablar. Me libro por los pelos. Hago mi último movimiento – Sigo sin conocer a ese hombre.

 

Señalo al sonriente muchacho. Enfoco todos mis pensamientos en él. Un hombre que no me ha sido presentado, igual que el monje. Sus labios forman un arco profundo, mira a su madre desconcertado.

 

 

-         ¿Éste hombre? ¿Elevan? – la Pécora se gira hacia su hijo. Su mente acostumbrada a la traición ya está actuando - ¡Hijo! ¿Has confabulado contra tu querida madre? ¿Qué oscuro plan te propones? ¡Responde, mala entraña!

 

 

Elevan palidece de terror. Seguro que hace pequeñas jugadas a espaldas de su madre pero nada grave. No obstante hay una insegura culpabilidad que le inquieta. Está obligado a responder.

 

-         Ma…madre. No te estoy traicionando. ¡No hagas caso a ese endemoniado crío!

 

Elevan se siente culpable. Los Dioses Veraces dudan en sus vasijas como actuar. Empiezan a corroer lentamente su carne.

 

-         ¿Ah, no? ¿Qué me dices del humo que está saliendo de tu cuerpo? ¡Eres peor que el aborto de una salamandra! ¿Cuál es tu plan?

 

 

-         ¡Por favor, madre!¡No me hagas esto! Mi plan es nuestro plan. Adueñarnos de la espada mágica. ¡De MRGAN TS LAN, LA ESPADA-GEMA!

 

 

Un silencio se adueña del salón. Tanto el clan como las hordas enemigas se fijan en la conversación. La Pécora no comparte sus planes tanto como quisieran.

 

-         ¡Cállate Elevan!¡No sigas… - pero Elevan ya no puede cerrar su bocaza. Esto ha salido mejor de lo que esperaba. Yo solo intentaba ganar tiempo.

 

-         Tú me dijiste que con la espada no necesitaríamos ejércitos. Me dijiste que no haría falta tener gente de confianza a nuestro lado que pudieran traicionarnos al menor movimiento. Que serías emperatriz y yo tu consorte. Qué arrasarías a todos estos estúpidos plebeyos como una diosa…

 

La mujer se queda sola, sus generales empiezan a desenvainar. El campo mágico empieza a debilitarse, seguro que depende de la concentración de su dueña.

 

 

- No…no le hagáis caso. Elevan, me ha escuchado mal. Es medio tonto, ya lo sabéis - ¡Ay pécora pécora!¡Qué te estás olvidando de ante quién estas!-. No os conté lo de la espada. Pero es solo un instrumento para nuestra victoria. ¡Juntos gobernaremos La Desértica!

 

 

Bueno, se acabó la historia. Los dioses absorben a la Pécora sin demora. Intuyo una sonrisa en las caras grabadas de las vasijas. El campo se disuelve y el clan puede rechazar a los invasores.

 

***

 

Elevan escapó, pero la guerra acabó con la muerte de la Pécora. Nos dimos un baño con la sangre de sus soldados. Unas tropas descabezadas volvieron a sus lejanas tierras. Esperando a un nuevo y cruel líder que les diera la razón.

 

Fui considerado un héroe. Elhena me miró con otros ojos desde entonces, fue convertida Madre Guerrera. Me inició en ciertas artes íntimas con la futura promesa de poder disfrutar de su elección en cuanto fuera un guerrero. La espera no me deja dormir.

 

Los Dioses de la Verdad establecieron un vínculo extraño conmigo. Una verdad mental que me atraviesa hasta tal punto que creo que a veces me hablan. Son incorruptibles pero justos. Tenemos las vasijas separadas en altares por toda la zona, pero ellos se expresan al unísono. Me hablan de la última vasija. Me introducen esencias de otros mundos.

 

Cuentos sobre visitantes de vivos colores y creciente valor.

 

Historias sobre terrores por afrontar y dolorosas pérdidas.

 

Promesas de salvación y sacrificio.

 

¡Ojalá me estuvieran mintiendo!