jueves, 28 de febrero de 2019

EL PODER DE LA TIERRA - EPISODIO 2: MEDIDAS DE UN DESIERTO


A los pocos días llegaron unos camiones verdes con el símbolo del Juzgado bien visible. Sacaron de ellos material de construcción y maquinaria de aspecto extraño, casi futurista.
Construyeron un pabellón prefabricado en las tierras esquilmadas y empezaron a reconstruir el vallado de su terreno.

Aparentemente, el fortachón era el que tomaba medidas y el chico estaba como de vacaciones sin prestarle ayuda. Éste se dedicaba a observar a su amigo dar órdenes y a aprender de él.

Pronto los curiosos se vieron imposibilitados para obtener información del interior.

El chaval también se dignaba a pasear por el pueblo todas las tardes, incluso a jugar al fútbol con los pocos niños que en el había; entre ellos yo que, extrañado por su situación de escolar y miembro del Juzgado a la vez, no le quitaba ojo de encima. Me parecía demasiado joven para andar con adultos tan serios, que no parecían de su familia.

Me contó que procedía de Almería y que estaban supervisando todos los territorios que el Juzgado tenía en la zona extremeña.
Se extrañaba de las condiciones en las que estaban y me dijo que intentarían remediarlo, cosa que yo en un principio no me creí puesto que el Juzgado no era famoso por sus obras benéficas.

Una noche, guiado por mi curiosidad, me adentré en sus tierras por un hueco de la valla y observé que todavía estaban trabajando a esas horas.
Analizaban muestras de tierra con aparatos muy raros y oí que el fuerte decía con voz ronca:

- Esta tierra ha sido regada por una serie de productos químicos que no se encuentran de forma natural en el planeta. Yo no poseo esos productos. Solo un laboratorio avanzado ha podido hacer estos productos tan contaminantes con la única intención de experimentar y fabricar cultivos simbióticos muy perjudiciales para las personas normales. El Juez se alimentaba de lo que destruyó la vida aquí.

- Sí. - dijo el chico – El Juzgado hizo muchas barbaridades en su momento. Pero eso ya ha cambiado desde que nuestro grupo está al mando de tan basta organización. Hay que hacer todo lo posible para solucionar sus catástrofes, es lo mínimo que merecen los del pueblo.

Después de oír eso me marché convencido de que eran buenas personas y que no había nada que temer de ellos. Aún me quedaba la intriga de saber a qué nuevo grupo pertenecían y que fue de ese juez al que se referían. Supongo que sería un antiguo líder del Juzgado venido a menos.

A la mañana siguiente seguían trabajando en sus medidas y fue un día tranquilo. Yo empecé a entablar amistad con el chico, que era más o menos de mi misma edad. Bueno, yo tenía dos años menos que él.

Pero en el pueblo estaba empezando a generarse un odio insano.
No por ellos, sino por todo lo que significaba el Juzgado.
Ver tanta gente con el mismo símbolo de la organización que lo estropeo todo no era un buen augurio para lo que vendría después.

miércoles, 27 de febrero de 2019

EL PODER DE LA TIERRA - EPISODIO 1: EL NUEVO JUZGADO



Vinieron al principio de la primavera.
Dos hombres extraños.El más alto tenía una corpulencia poco común, parecía un tanque humano. Rubio de bote, unos 30 años.
El otro era bastante joven, 15 años. Alto, pero no le llegaba al otro en altura. Pelo castaño, amable y divertido.
Dijeron que venían a analizar las tierras secas de la Cañuja, pero lo que sorprendió a todo el pueblo fue cuando dijeron de parte de quien venían.
El Juzgado.

Todo el mundo sabía que donde el Juzgado pisaba no crecía la hierba. Era un turbio conglomerado empresarial dedicado a ganar dinero por todos los medios posibles para unos fines bastante traslúcidos.
Hace unos 8 años vinieron a Montes con la promesa de generar incontables puestos de trabajo y dar prosperidad eterna al pueblo.
Compraron las tierras más fértiles de la región y empezaron a explotarla sin demora.

Yo por aquel entonces tenía pocos años y no era consciente del mal que había ensombrecido nuestro pueblo.

En pocos meses sacaron los mejores productos de la tierra. Legumbres, frutas y verduras de una calidad nunca vista por aquella zona. Pero nada de eso se vio en los mercados de la comarca, que se tenía que abastecer con productos importados de peor calidad.
Progresivamente, operarios de fuera fueron sustituyendo a las gentes del pueblo. Las promesas se habían roto. Nos habíamos quedado sin tierras y sin empleos.

Con el paso de los meses, la producción fue disminuyendo. Las tierras habían sido salvajemente tratadas con procedimientos abusivos hasta tal punto que, sin ninguna explicación, aquello se convirtió en lo más parecido a un desierto.
Un desierto que se extendía por momentos, alargando su frío abrazo al resto de los terrenos de toda la zona.
Una llamada desde arriba, un día entero para recoger y todo el complejo agrícola desapareció.
Algunos decían que habían visto a vigilantes con armamento militar empaquetando maquinaria de aspecto futurista, pero pocos lo creyeron.

El pueblo había quedado desolado. Kilómetros cuadrados de polvo seco nos rodeaba. No teníamos futuro.
La gente, ya sin esperanzas,  fue abandonando sus hogares y se fue a la ciudad.
Mis padres se fueron también, a la aventura. Yo me quedé con mis abuelos, en un vano intento de ayudarles a recuperar el pequeño huerto que tenían.

Mi nombre es Teodoro. ¿A quién se le ocurrió el ponerme el nombre del bisabuelo?
Mis estudios, mejor no hablar de ellos. Si me hubiera ido con mis padres a la ciudad hubiera tenido miles de colegios para elegir y en vez de eso me quedé en un pueblo con una sola escuela a punto de desaparecer.

Pero de eso ha pasado ya un año, y no recuerdo nada interesante de aquella época.