A los pocos días llegaron unos camiones verdes con el símbolo del Juzgado bien visible. Sacaron de ellos material de construcción y maquinaria de aspecto extraño, casi futurista.
Construyeron un pabellón prefabricado en las tierras esquilmadas y empezaron a reconstruir el vallado de su terreno.
Aparentemente, el fortachón era el que tomaba medidas y el chico estaba como de vacaciones sin prestarle ayuda. Éste se dedicaba a observar a su amigo dar órdenes y a aprender de él.
Pronto los curiosos se vieron imposibilitados para obtener información del interior.
El chaval también se dignaba a pasear por el pueblo todas las tardes, incluso a jugar al fútbol con los pocos niños que en el había; entre ellos yo que, extrañado por su situación de escolar y miembro del Juzgado a la vez, no le quitaba ojo de encima. Me parecía demasiado joven para andar con adultos tan serios, que no parecían de su familia.
Me contó que procedía de Almería y que estaban supervisando todos los territorios que el Juzgado tenía en la zona extremeña.
Se extrañaba de las condiciones en las que estaban y me dijo que intentarían remediarlo, cosa que yo en un principio no me creí puesto que el Juzgado no era famoso por sus obras benéficas.
Una noche, guiado por mi curiosidad, me adentré en sus tierras por un hueco de la valla y observé que todavía estaban trabajando a esas horas.
Analizaban muestras de tierra con aparatos muy raros y oí que el fuerte decía con voz ronca:
- Esta tierra ha sido regada por una serie de productos químicos que no se encuentran de forma natural en el planeta. Yo no poseo esos productos. Solo un laboratorio avanzado ha podido hacer estos productos tan contaminantes con la única intención de experimentar y fabricar cultivos simbióticos muy perjudiciales para las personas normales. El Juez se alimentaba de lo que destruyó la vida aquí.
- Sí. - dijo el chico – El Juzgado hizo muchas barbaridades en su momento. Pero eso ya ha cambiado desde que nuestro grupo está al mando de tan basta organización. Hay que hacer todo lo posible para solucionar sus catástrofes, es lo mínimo que merecen los del pueblo.
Después de oír eso me marché convencido de que eran buenas personas y que no había nada que temer de ellos. Aún me quedaba la intriga de saber a qué nuevo grupo pertenecían y que fue de ese juez al que se referían. Supongo que sería un antiguo líder del Juzgado venido a menos.
A la mañana siguiente seguían trabajando en sus medidas y fue un día tranquilo. Yo empecé a entablar amistad con el chico, que era más o menos de mi misma edad. Bueno, yo tenía dos años menos que él.
Pero en el pueblo estaba empezando a generarse un odio insano.
No por ellos, sino por todo lo que significaba el Juzgado.
Ver tanta gente con el mismo símbolo de la organización que lo estropeo todo no era un buen augurio para lo que vendría después.