miércoles, 27 de febrero de 2019

EL PODER DE LA TIERRA - EPISODIO 1: EL NUEVO JUZGADO



Vinieron al principio de la primavera.
Dos hombres extraños.El más alto tenía una corpulencia poco común, parecía un tanque humano. Rubio de bote, unos 30 años.
El otro era bastante joven, 15 años. Alto, pero no le llegaba al otro en altura. Pelo castaño, amable y divertido.
Dijeron que venían a analizar las tierras secas de la Cañuja, pero lo que sorprendió a todo el pueblo fue cuando dijeron de parte de quien venían.
El Juzgado.

Todo el mundo sabía que donde el Juzgado pisaba no crecía la hierba. Era un turbio conglomerado empresarial dedicado a ganar dinero por todos los medios posibles para unos fines bastante traslúcidos.
Hace unos 8 años vinieron a Montes con la promesa de generar incontables puestos de trabajo y dar prosperidad eterna al pueblo.
Compraron las tierras más fértiles de la región y empezaron a explotarla sin demora.

Yo por aquel entonces tenía pocos años y no era consciente del mal que había ensombrecido nuestro pueblo.

En pocos meses sacaron los mejores productos de la tierra. Legumbres, frutas y verduras de una calidad nunca vista por aquella zona. Pero nada de eso se vio en los mercados de la comarca, que se tenía que abastecer con productos importados de peor calidad.
Progresivamente, operarios de fuera fueron sustituyendo a las gentes del pueblo. Las promesas se habían roto. Nos habíamos quedado sin tierras y sin empleos.

Con el paso de los meses, la producción fue disminuyendo. Las tierras habían sido salvajemente tratadas con procedimientos abusivos hasta tal punto que, sin ninguna explicación, aquello se convirtió en lo más parecido a un desierto.
Un desierto que se extendía por momentos, alargando su frío abrazo al resto de los terrenos de toda la zona.
Una llamada desde arriba, un día entero para recoger y todo el complejo agrícola desapareció.
Algunos decían que habían visto a vigilantes con armamento militar empaquetando maquinaria de aspecto futurista, pero pocos lo creyeron.

El pueblo había quedado desolado. Kilómetros cuadrados de polvo seco nos rodeaba. No teníamos futuro.
La gente, ya sin esperanzas,  fue abandonando sus hogares y se fue a la ciudad.
Mis padres se fueron también, a la aventura. Yo me quedé con mis abuelos, en un vano intento de ayudarles a recuperar el pequeño huerto que tenían.

Mi nombre es Teodoro. ¿A quién se le ocurrió el ponerme el nombre del bisabuelo?
Mis estudios, mejor no hablar de ellos. Si me hubiera ido con mis padres a la ciudad hubiera tenido miles de colegios para elegir y en vez de eso me quedé en un pueblo con una sola escuela a punto de desaparecer.

Pero de eso ha pasado ya un año, y no recuerdo nada interesante de aquella época.

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