viernes, 1 de marzo de 2019

EL PODER DE LA TIERRA - EPISODIO 3: JUICIO AL JUZGADO


Cada día llegaban más y más camiones bajo el nombre del Juzgado o de alguna de sus múltiples empresas subsidiarias. Era más de lo que las personas del pueblo podían soportar.

El alcalde convocó una reunión en la parroquia para que las 230 personas del pueblo tratáramos de encontrar una solución a todo el problema. Empezó hablando de todo el daño, ecológico y social, que el Juzgado había hecho al pueblo de Montes durante años y que no quería que esto volviera a ocurrir.

Mi tío Paco dijo que él tenía la solución. Que todos los hombres cogieran sus escopetas de caza y echaran a los dos “marionetas” y sus hombres del pueblo.
Yo estaba tan confuso con todo aquello que no pude contar lo que oí la otra noche, así que no pude evitar que se acordara hacer lo que el tío había dicho.

En ese momento entró en el ayuntamiento el grandote del Juzgado, diciendo que pedía disculpas por las molestias que el personal había causado y que se irían en menos de un par de días. No volverían a molestarnos.
La gente ya no se podía contener y le echaron a patadas de allí. Observé que él tuvo la intención de defenderse. Puedo jurar que vi un brillo extraño en sus ojos. Pero se calmó y se marchó de allí bastante contrariado.

Todos nos fuimos a nuestras casas, algunos presumiendo de machos por lo que habían hecho y yo avergonzado por el aprecio que tenía a esas dos personas aunque representaran al demonio.

Por la noche me asomé a la ventana por la que se veían las tierras polémicas causantes de este conflicto. En todo el vallado habían colocado unos aparatos eléctricos que daban una visión borrosa y mareante de lo que pasaba en el interior.
Era como si todo lo que veía fuera un truco de ilusionista y mis ojos me fallaran.
Yo no comprendía esa situación, pensé que podría ser que el calor calentara el aire y que no se pudiera ver bien, pero era poco probable ya que estábamos en pleno otoño.
Simplemente, los del Juzgado, aparte de impedirnos ver el interior, no nos dejaban ni posar la vista en ellos.

A la mañana siguiente desayuné rápido y cogí mi bici para dirigirme a unos nogales apartados del pueblo  para poder pensar tranquilamente en todo lo que la almohada no me había ayudado a hacer.
Acordé conmigo mismo que averiguaría todo por mi cuenta y riesgo, y tardé todo un día en trazar mi plan de ataque.

Si el Juzgado no quería tener problemas la mejor manera de no tenerlos era dar transparencia total, no encerrarse en desinformación.

Los más brutos del pueblo iban a atacar el “fortín” del Juzgado pronto. En la confusión, yo aprovecharía para sacar fotos del interior de sus tierras para que los del pueblo tuvieran todos los datos posibles para tomar mejores decisiones.

Si no podía evitar el conflicto por lo menos lo aprovecharía en bien de la verdad.

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