Era temprano
para comer y tarde para desayunar; así que, bien muerto de hambre, observé los
sucesos que, en aquel viernes especial, alterarían la vida de este simple niño
mortal.
Como estaba
acordado, los hombres del pueblo se dirigieron con sus escopetas a las puertas
de las desérticas tierras.
Excitados por
el efecto distorsionador de la valla, intentaron entrar a la fuerza pero una
barrera invisible no dejaba pasar a nadie.
Los de mi
pueblo no son especialmente tontos, pero sí bastante burros. Encontraron el
circuito eléctrico que activaba el aparato infernal que no dejaba pasar y
arrancaron la puerta de entrada a perdigonazos.
Un temblor
sacudió el lugar. En ese momento parecía que la tierra se hubiera vuelto loca o
estuviera viva. Y lo estaba, porque una montaña de 10 metros se alzó ante los
hombres y tomó forma de hombre.
Aquello era
más de lo que podíamos imaginar.
Sorprendió a
todos hablando con una voz que me había oído antes:
-
Humanos, volveros
a vuestras casas y dejad estas tierras en paz. No hay razón para que importunéis
a sus dueños. ¡No son vuestros enemigos!
En ese
momento soltó un rugido tal que los hombres aterrorizados huyeron más rápido
que un tren de alta velocidad.
A mi esa
montaña me era familiar, es decir, alta, con la imagen de un hombre corpulento,
unos 30 años… No se rían, pero yo creía que era el rubio de bote. Yo ya me
creía de todo en ese momento.
No huí como
los otros puesto que esta creencia me daba la confianza de que no corría ningún
peligro. Entre sigilosamente en las tierras y la montaña gigante no volvió a
aparecer.
Pero lo que vi
no fue menos extraño que eso.
Lo que por
fuera se veía como desierto, dentro era un bosque con todo tipo de árboles y
plantas.
Había
acertado. Todo era una ilusión fabricada por esos aparatos tan modernos.
Aquello me
recordaba a documentales sobre la selva amazónica o pelis de Tarzán. Todo lo
que antes no era más que polvo seco se había convertido en frondosa vegetación.
Incluso podía oír multitud de pájaros que construían sus nidos en aquel
fantástico paraíso.
El estado de
letargo maravilloso en el que yo me encontraba viendo aquel vergel terminó
cuando unos ruidos me trajeron a la realidad. Empecé a tener mucho miedo.
Todo tesoro
tiene que tener su vigilante y el de aquel lugar era de los más rápidos y
sigilosos que yo había conocido.
El terror me
paralizó. No sabía como podría escapar vivo de lo se acercaba a mi a toda
velocidad.
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