sábado, 2 de marzo de 2019

EL PODER DE LA TIERRA - EPISODIO 4: LA MONTAÑA HUMANA


Era temprano para comer y tarde para desayunar; así que, bien muerto de hambre, observé los sucesos que, en aquel viernes especial, alterarían la vida de este simple niño mortal.

Como estaba acordado, los hombres del pueblo se dirigieron con sus escopetas a las puertas de las desérticas tierras.
Excitados por el efecto distorsionador de la valla, intentaron entrar a la fuerza pero una barrera invisible no dejaba pasar a nadie.

Los de mi pueblo no son especialmente tontos, pero sí bastante burros. Encontraron el circuito eléctrico que activaba el aparato infernal que no dejaba pasar y arrancaron la puerta de entrada a perdigonazos.

Un temblor sacudió el lugar. En ese momento parecía que la tierra se hubiera vuelto loca o estuviera viva. Y lo estaba, porque una montaña de 10 metros se alzó ante los hombres y tomó forma de hombre.
Aquello era más de lo que podíamos imaginar.

Sorprendió a todos hablando con una voz que me había oído antes:

-         Humanos, volveros a vuestras casas y dejad estas tierras en paz. No hay razón para que importunéis a sus dueños. ¡No son vuestros enemigos!

En ese momento soltó un rugido tal que los hombres aterrorizados huyeron más rápido que un tren de alta velocidad.

A mi esa montaña me era familiar, es decir, alta, con la imagen de un hombre corpulento, unos 30 años… No se rían, pero yo creía que era el rubio de bote. Yo ya me creía de todo en ese momento.

No huí como los otros puesto que esta creencia me daba la confianza de que no corría ningún peligro. Entre sigilosamente en las tierras y la montaña gigante no volvió a aparecer.
Pero lo que vi no fue menos extraño que eso.

Lo que por fuera se veía como desierto, dentro era un bosque con todo tipo de árboles y plantas.
Había acertado. Todo era una ilusión fabricada por esos aparatos tan modernos.
Aquello me recordaba a documentales sobre la selva amazónica o pelis de Tarzán. Todo lo que antes no era más que polvo seco se había convertido en frondosa vegetación. Incluso podía oír multitud de pájaros que construían sus nidos en aquel fantástico paraíso.

El estado de letargo maravilloso en el que yo me encontraba viendo aquel vergel terminó cuando unos ruidos me trajeron a la realidad. Empecé a tener mucho miedo.

Todo tesoro tiene que tener su vigilante y el de aquel lugar era de los más rápidos y sigilosos que yo había conocido.

El terror me paralizó. No sabía como podría escapar vivo de lo se acercaba a mi a toda velocidad.

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